Tiempo Ordinario
Tener fe es confiarse al agua. Cuando nadas, no te agarras al agua, porque si lo haces te hundirás y te ahogarás. En lugar de eso, te relajas y flotas.
Alan Watts, La esencia de Alan Watts
Pero ahora, dice el Señor
el que te creó, Jacob
el que te formó, Israel:
No temas, pues te he redimido;
te he llamado por tu nombre; eres mío.
Cuando atravieses las aguas, Yo estaré contigo;
cuando atravieses los ríos, no te arrastrarán.
Cuando camines por el fuego, no te abrasarás
y las llamas no te quemarán.
Isaías 43:1-2
En tu mente, vuelve a cuando estabas aprendiendo a nadar. Puede que el agua te dé miedo, o que sólo te metas con chaleco salvavidas. Hay un momento de incertidumbre la primera vez que bajas al agua. O si estás introduciendo a un bebé en el agua con flotadores, en cuanto siente que el agarre a su alrededor se afloja, entra en pánico. ¿Cómo vamos a confiar en que este artilugio nos mantendrá a flote?
El segundo versículo de nuestra Escritura es una fuerte seguridad de que, aunque pasemos por pruebas y caos, Dios siempre está con nosotros. Aunque suena encantador, siento que me estremezco como si saltara al agua aquella primera vez. Pienso: «Vale, pero ¿estás seguro?». Es útil fijarse en el primer versículo, cuando Dios dice: «Sí, estoy seguro. Te tengo…». En el versículo uno de nuestro texto, se nos recuerda quién es Dios como el que nos creó, formó, redimió y llamó por nuestro nombre. Éste es el Dios que nos invita a flotar, asegurándonos que nunca estaremos solos.
Sara Hunt-Felke
Pregunta para reflexionar:
Si tu «flotador» está hecho de las verdades de quién es Dios, ¿qué hay escrito en tu flotador que pueda ayudarte a confiar y flotar?
Dios, quiero flotar en tu promesa, pero me da miedo. ¿Y si resbalo? ¿Y si es demasiado profundo? Ayúdame a oír que me llamas por mi nombre y a confiar en que no me dejarás marchar.
Amén.
Cuando la paz como un río acompaña mi camino;
cuando las penas ruedan como olas de mar;
Cualquiera que sea mi suerte, Tú me has enseñado a decir,
«Bien está, bien está mi alma».
Horatio G. Spafford, «Bien está mi alma»